Cuando era niña me gustaba jugar con mariquitas, pero para poder tenerlas sin miedo a que se escapen, había que cortarles las alitas, no las de afuera, las lindas. Sino un pequeño par de alitas negras que tenían por debajo. Una vez que le había quitado su unica manera de ser libres, ya se podía quedar conmigo. Y entonces era muy divertido hacerla caminar por mis dedos, mantener una criatura temerosa entre mis manos.
Dejé de hacerlo cuando se me ocurrió pensar en el dolor del animal, o en el vacío de tener que mutilarla, solo para que permanezca a mi lado mientras me durara la diversión.
(al interno)
ResponderEliminarY yo me quedé pensando mucho más allá de lo "simple" que contaste en el post...
ResponderEliminarHas cambiado la cara de tu blog!, me gusta ;)
Un abrazo niña guapa!!