Cada dos años GoDaddy me recuerda que debo renovar este dominio.
No lo uso. Y sin embargo, no quiero perderlo.
No cuesta tanto. Pago por-si-acaso.
Ya no leo. Ya no escribo. Ya no tejo.
Pero renuevo el dominio, porque tal vez un día vuelva a escribir, a dejar huella, a recordar.
Eliminé cien entradas después de recibir un mensaje amenazante que ya no logro recodar. Cerré mi Instagram con llave y tomé otras precauciones que también he olvidado.
Este podría haber sido un lugar hermoso para publicar el cuento que le escribí a Enero.
Pero este blog no sabe de Enero ni de Limón. No sabe que soy española, que tengo un departamento en un pueblo pequeño donde cada quince minutos repican las campanas de la iglesia. No sabe que, aun en la depresión crónica, diagnosticada también como "espiritualidad nihilista", y el cansancio de seguir, sigo aquí. Que soy la heroína de esta historia y no necesito ser salvada.
Sigo hiperquinética, electrostática, intergaláctica, aerodinámica, estereofónica, estratosférica, afrodisíaca.
Y sigo contándome historias para poder dormir.