Copio textualmente:
"Leía un tiempo atrás una iniciativa que se dio en la final de fútbol de Sudáfrica 2010. Fotografiar las calles vacías de España durante la dichosa final. El resultado es excelente.
Ahora bien, se me ocurría ahora mientras divagaba en la ducha, que bien podría aprovecharse la oportunidad este domingo 28, día del Censo de población, que se podría hacer algo similar aquí en nuestro país. Vamos que pocas veces se ha decretado inmovilidad, y es más jodido que se vuelva a hacer algo similar, al menos en la próxima década.
De ahí me nació la idea -de copiar la idea- de Ecuador Fantasma. Cada cual, armado con su cámara digital, celular, smartphone, polaroid, o lo que quiera. Toma la foto de tu lugar, desde la ventana, terraza, balcón, portal. ¡Si tienes un salvoconducto para circular resultaría hasta mejor! Luego la foto la subes a flickr, o la “tuiteas” con el hashtag #ecuadorfantasma. Al final podríamos armar un solo sitio con todo el resultado. Y como decían en la idea original, no tiene que ser necesariamente la calle vacía, sino algo que represente lo alejado de la cotidianeidad que es el estar inmovilizado por decreto.
No, en serio, te imaginas a tu ciudad vacía? Acá en Guayaquil, eso solamente se da unas horas el 1ro. de enero, de 8 a 10. No sé en el resto del país, pero de que resulta interesante, resulta.
Si te gusta la idea propágala, el resultado estoy seguro que será interesante.
Si no tienes cuenta en flickr o en twitter, puedes enviar la foto a ecuadorfantasma@gmail.com, indicando el lugar y la hora a la que fue tomada, y a quién corresponden los créditos. Del mismo modo puedes poner el enlace en los comentarios de este post. Ya al final me comprometo a armar una galería con las fotos que puedan ser publicadas."
la idea es de de El Ecuador de Hoy de Guillermo Sornoza.
A mí me parece brillante y por supuesto voy a agarrar mi cámara a ver si sale algo lindo de mi Quito. Post publicitario, ojalá luego podamos ver todos los resultados.
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viernes, noviembre 26, 2010
miércoles, noviembre 10, 2010
Incredulidad
Conocí a María Fernanda de forma poco usual. Yo había sido invitado a una feria de libros, mi agente supuso que mi calidad de personaje reconocido, podría atraer las miradas, yo adiviné que lo que quiso decir es que debíamos atraer miradas por el débil estado en que se encontraba mi imagen pública.
Asistí temprano, vestido como un domingo cualquiera que me quedara en casa, ostentando la barriga de un cuarentón que nunca se ha cuidado. Algunas personas muy amablemente me pedían fotos a las que acepté con una sonrisa fingida, la misma con la que salí en todas las fotos y que no me quité al momento de despedirme de ellas. Al rato estaba tan aburrido que decidí salirme sin ser visto por la puerta de atrás, encontré a María Fernanda en el mismo lugar pero con una misión diferente, se estaba colando.
No mostró mucha vergüenza de ser capturada en el acto, tampoco trató de darme alguna excusa falsa para justificarse, se acomodó el cabello y en tono amigable me preguntó "¿ya te vas?". Por un momento sentí que era yo quien estaba cometiendo un delito, y nervioso le mentí que me faltaba el aire y que salía a tomar un café. Como no parecía creerme, en mi esfuerzo por demostrar que era inocente (aún sintiéndome culpable) hice algo poco común en mí, la invité a la cafetería de la esquina.
Empezamos la charla, con tal familiaridad que parecía que la semana anterior la hubiéramos dejado a medias, me confesó que estaba casada pero que ya no estaba segura de estar enamorada de su marido. Había tenido algunos romances, pero ninguno le había dado la seguridad que ella confiaba que sería el amor. "Solo con Daniel creí de verdad en el felices para siempre. Sabíamos que casarnos fue un error y que estábamos inevitablemente condenados a la separación, pero también sabemos que si no nos casábamos en ese momento nos perderíamos para siempre."
Lo que me gustó de María Fernanda fue su elegancia para llamarme de muchas maneras, pero nunca gordo. Me dijo que me había visto en algunas de mis obras hace muchos años, y hasta se permitió soltar un halago: "Desde hace 20 años que te vi actuar por primera vez y desde ahí no envejeces más."
Eso me dio coraje para además de devolverle el piropo y decirle que era muy linda, soltar un par de frases de aproximación con ánimo evidentemente libidinoso. Me paró en seco. Me dijo que no tenía ningún interés sexual en mí. Sin querer saber, pero con una risa de sorpresa pregunté qué es lo que le hacía tomar tamaña determinación anticipándose a los hechos, y muy seria y elegante ella respondió:
"Es que estás muy viejo. Yo no soy de esas muchachitas exuberantes, que un viejo como vos pueda lucir en fiestas. La única razón que justificaría que una mujer común como yo salga con un tipo que fácilmente le duplica la edad, es el amor. Y yo hace tiempo que no creo en él."
No sé si fue esa incredulidad lo que me enamoró, o quizá la honestidad con la que explicaba sus razones, o si acaso la elegancia con la que a pesar de llamarme reiteradas veces viejo, no se refirió a mi gordura como una variante de peso entre las razones de su rechazo.
martes, noviembre 09, 2010
Siete
La sentencia fue de siete años, la recibí con una sonrisa, pues siete años me parecieron demasiados. Tantos que alcanzan para hacer todo tipo de planes, si querían darme una mala noticia, con eso no lograron asustarme. Los últimos 7 años han sido los más intensos y mejor vividos de los 26 que llevo, ahora me quedan 7 años para morir.
Era tanto el tiempo, que a menudo me preguntaba si podríamos hacer algo para acelerar el proceso, no se malentienda, no soy del tipo suicida, es tan solo que contar con todos esos años por delante, le restaba un poco de drama a la fatídica noticia.
Conforme pasaron los primeros, no hubo cambio alguno, no puedo decir que haya vivido con más intensidad, tampoco caí en depresión, aunque no hubiera día en que no pensara que mis días estaban en cuenta regresiva, parecía todo tan lejano aún que era inútil entregarse a una fiebre de actos sin consecuencias.
La certeza de mi muerte, no pudo cambiar radicalmente mi vida. No sirvió de consuelo al momento de llorar por las amantes que me abandonaron, ni fue impedimento que me acobardase al momento de conseguir otras.
Seguí trabajando ya que los estados bancarios llegaban todos los meses, sin darse por enterados de mi enfermedad, la renta, las expensas, los servicios básicos, todos demandaban el cheque a final de mes que yo obedientemente depositaba.
Cuando restaban un par de años, la perspectiva apenas si varió un poco, empezaba a acercarse la hora y sin embargo, no había apremio. Aún no parecía momento de decir mis últimas voluntades, o de pedir perdón. Con el tiempo los arrepentimientos son cada vez menos, una especie de resignación o quizá la pesadez de aquellos días interminables. Dejé de hacer planes, cuando escuchaba acerca de un evento, un viaje, o un embarazo, hacía calladamente mis cálculos, para saber si sería parte de ello.
Durante el sexto año me obsesioné con la fecha, ¿Por qué siete? ¿Serían exactos? Debería contarlos a partir de los resultados de los exámenes médicos, o desde que me dieron la noticia, pero si yo tenía cita el lunes y por trabajo la retrasé hasta el jueves, ¿En qué momento mandaron los cronómetros a cero y empezamos a contar? Los recuerdos se volvieron borrosos y mi imaginación engañosa, cuando recordaba el día en que el doctor me dio la noticia, me imaginaba entrando a un circo y que era una adivina quién me pronosticaba el fin.
El séptimo se me escurrió acomodado en mi cama junto a un dolor permanente que me hacía alucinar que una cuchilla atravesándome las vísceras como un alivio o un leve distractor. Para cuando se acercaba la fecha que luego de mucho calcular, llegué a concluir como la definitiva, empecé a cuestionarme si debería dejar que así sea, o si en un último acto de rebeldía debiera yo tomar mi vida en mis manos, quitarle el gusto al médico y su bola de premoniciones.
Para el final, ya sólo podía pensar en fantasmas, convencido de que si había la oportunidad de ser uno, la tomaría desde el inicio, me divertía pensando en pequeñas venganzas etéreas, había encontrado la manera de aún sin poder prolongar mi vida, por lo menos animar mi muerte.
Nunca me sentí o comporté como un muerto en vida, estaba vivo, con un desenlace próximo, pero vivo al fin, con mi muerte lo único que ha cambiado, es que ya no cuento los días y la angustia de la espera que me alimentaba ha desaparecido. Ya no hay nada en el camino, nada que anhelar.
Era tanto el tiempo, que a menudo me preguntaba si podríamos hacer algo para acelerar el proceso, no se malentienda, no soy del tipo suicida, es tan solo que contar con todos esos años por delante, le restaba un poco de drama a la fatídica noticia.
Conforme pasaron los primeros, no hubo cambio alguno, no puedo decir que haya vivido con más intensidad, tampoco caí en depresión, aunque no hubiera día en que no pensara que mis días estaban en cuenta regresiva, parecía todo tan lejano aún que era inútil entregarse a una fiebre de actos sin consecuencias.
La certeza de mi muerte, no pudo cambiar radicalmente mi vida. No sirvió de consuelo al momento de llorar por las amantes que me abandonaron, ni fue impedimento que me acobardase al momento de conseguir otras.
Seguí trabajando ya que los estados bancarios llegaban todos los meses, sin darse por enterados de mi enfermedad, la renta, las expensas, los servicios básicos, todos demandaban el cheque a final de mes que yo obedientemente depositaba.
Cuando restaban un par de años, la perspectiva apenas si varió un poco, empezaba a acercarse la hora y sin embargo, no había apremio. Aún no parecía momento de decir mis últimas voluntades, o de pedir perdón. Con el tiempo los arrepentimientos son cada vez menos, una especie de resignación o quizá la pesadez de aquellos días interminables. Dejé de hacer planes, cuando escuchaba acerca de un evento, un viaje, o un embarazo, hacía calladamente mis cálculos, para saber si sería parte de ello.
Durante el sexto año me obsesioné con la fecha, ¿Por qué siete? ¿Serían exactos? Debería contarlos a partir de los resultados de los exámenes médicos, o desde que me dieron la noticia, pero si yo tenía cita el lunes y por trabajo la retrasé hasta el jueves, ¿En qué momento mandaron los cronómetros a cero y empezamos a contar? Los recuerdos se volvieron borrosos y mi imaginación engañosa, cuando recordaba el día en que el doctor me dio la noticia, me imaginaba entrando a un circo y que era una adivina quién me pronosticaba el fin.
El séptimo se me escurrió acomodado en mi cama junto a un dolor permanente que me hacía alucinar que una cuchilla atravesándome las vísceras como un alivio o un leve distractor. Para cuando se acercaba la fecha que luego de mucho calcular, llegué a concluir como la definitiva, empecé a cuestionarme si debería dejar que así sea, o si en un último acto de rebeldía debiera yo tomar mi vida en mis manos, quitarle el gusto al médico y su bola de premoniciones.
Para el final, ya sólo podía pensar en fantasmas, convencido de que si había la oportunidad de ser uno, la tomaría desde el inicio, me divertía pensando en pequeñas venganzas etéreas, había encontrado la manera de aún sin poder prolongar mi vida, por lo menos animar mi muerte.
Nunca me sentí o comporté como un muerto en vida, estaba vivo, con un desenlace próximo, pero vivo al fin, con mi muerte lo único que ha cambiado, es que ya no cuento los días y la angustia de la espera que me alimentaba ha desaparecido. Ya no hay nada en el camino, nada que anhelar.
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