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lunes, febrero 22, 2010

A veces, uno sólo quiere saber, qué tan bajo está el fondo.

Yo no suelo ir al doctor. Quizá es porque mi madre nos curaba dolores, penas y enfermedades con un beso y un "ya te ha de pasar". Tan bella mi madre.

Yo no soy de ir a doctores, exámenes y revisiones, la verdad, me atemoriza. Como buena hipocondríaca siempre temo que sea algo peor, siempre me enoja que no sepan qué es, y me fastidia haber desperdiciado tiempo y fuerza de voluntad.

Desde que vivo acá, eso es aún mas obvio, no voy a ir a un hospital a menos que fuera extrema urgencia, imaginarme sola en una clínica es suficientemente atemorizante como para convencerme de que si repito en tono materno "ya me ha de pasar" magicamente me curaré.

Y resulta que estoy enferma. Tengo 4 citas con diferentes doctores para la siguiente semana. Terror. Tengo en mi billetera el número telefónico de alguien a quien llamar en caso de emergencia, y mi carnet del seguro social para empleados de comercio, que no es la mejor alternativa pero es lo que hay.

Me lleno de temor, un dolor que me tiene quebrada hace semanas, posición fetal permanente, noches de insomnio. Un dolor en el riñón que ya no me deja caminar más de tres pasos. El miedo que debilita mi pulso más de lo acostumbrado. Un cambio hormonal sin previo aviso. La imagen de una cama de media plaza y la soledad. Nada mas loser que la propia imagen mental de uno solo y patéticamente desvalido.

Y ese instinto masoquista de perdición que le ganó la batalla al de conservación, mis instintos me evocan ahogarme, quedarme, caer, poner a prueba cuál es el límite de tolerancia al dolor, el parto en este punto debe ser cosa sencilla. Me rehuso, vamos a ponerme a prueba, ¿quisiste jugar a grande?, perfecto compórtate como tal en medio de la absoluta soledad. Él me acompaña al otro lado de la ventana de internet, le agradezco, y me avergüenzo de que escuche mis quejidos mientras duermo, pero es tanto, tanto el dolor.

Hoy despidieron a la cuarta parte del personal de mi empresa, la presión en la garganta bajó al estómago, debería comer sano para evitar efectos secundarios, pero es un mal día, por qué ellos fueron los elegidos, ¿sigo yo?. Probemos, ¿qué tan bajo se puede caer, qué tan fuerte soy, es cierto lo del fenix? Una solo puede medir su propia fortaleza cuando ha probado que puede renacer del verdadero abismo, autodestrucción: una bomba para la cena. Sólo así sabremos si mi temor estaba fundamentado, no es que no tenga qué perder, lo tengo todo, me tengo a mí, que lo soy todo.

Deliro un poco, al final, de qué sirve éste huequito virtual en donde uno puede escribir hasta donde el teclado aguante. La soledad, el dolor, el masoquismo. Me doy un beso y me prometo que ya me va a pasar, abrazo a Babba, él me protege. Deliro, si. Con la completa libertad de ser dueña y señora de esta que es mi vida, libre para sentir, para hacer, para dejar que suceda.

El primer comentario lastimero se gana una baneada olímpica, que estamos viejos para provocar pena, a veces una solo quiere trinar en paz y 140 caracteres no son suficientes.

martes, febrero 16, 2010

Transición

La primera relación que se tiene después de terminar otra seria, nunca es definitiva, porque es solo un nexo de transición aunque nos esforcemos por creer lo contrario.

Buenos Aires es mi relación de transición. Después de muchos años con mi lindo Quito, llegué a bs as con la misma emoción con que se entablan vínculos sentimentales con una persona nueva, llena de expectativas e ilusiones, con ganas de respirar algo nuevo, alejarme de lo rutinario y agobiante. Quito es extraordinaria en medio de montañas pero su frío eterno me había borrado la sonrisa. Me dejé seducir por esta ciudad y le creí sus promesas de amor eterno.

Debo aceptar que aún estoy algo enamorada de ella, que me tiene cuando quiere, con sus cambios climáticos, su primavera purpura, su otoño rojizo, sus domingos híbridos, los porteños con aires de galán, y ese acento de telenovela.

Ahora que he empezado a pensar en abandonarla y que creo que será el último año que viva aquí, empiezo a sentir nostalgia. Tan bella Buenos Aires, que me enseñó del mate, del tango, los alfajores y me cerró heridas mientras caminaba por los bosques de palermo.