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miércoles, septiembre 26, 2007

El Señor O y su mirada triste*

Caminaba aquella tarde la niña de medias violeta, silenciosa como siempre, por los
vericuetos entramados de la galaxia de lo intangible. Había perdido su bota gris y con ella, la confianza en sí misma y sus ganas de soñar. Patoja y maltrecha, derramaba lágrimas de leche que marcaban caminos de dolor y soledad en su rostro pequeño, en su boca prominente, en sus largas piernas, en sus dientes chuecos.

Se alzó entonces de hombros de guambra malcriada y se tiró barriga al cielo para contemplar la nada. Pasó así quizá días, quizá medio siglo.

Cuando parecía por fin caer en el sueño eterno e irremediable, súbitamente una imagen fabulosa se prendió en el azul oscuro. Era una foto maravillosa que le recordaba su infancia de piruetas imposibles, de vuelos de brazos extendidos, de chocolate caliente con empanadas de viento.

La niña de medias violeta extendió sus manos elásticas hasta acariciarla y su con dedo delgadito, le escribió epígrafe debajo. Era una pequeña rima que reflejaba su emoción suprema. Luego se incorporó y continuó su peregrinar.

No arrastraba ni dos veces su pie desbotado cuando sintió una mano estrechándola por detrás contra su pecho. Trató de huir, pero la cojera y el tic-tac del corazón del extraño, tan familiar, tan cálido, tan nido, no lograron más que sus largas piernas se acurrucaran y sus dientes chuecos dibujaran a los tiempos una sondrisa.

El señor O, como se presentó, comenzó a relatarle un cuento con su voz tibia
y profunda, mientras sus manos alfareras deshacían a la niña de medias violeta y la recreaban en nuevos universos, en nuevos mundos. Allí estar descalzo era la regla, allí no importaba perder las botas o el final del cuento.

La ansiedad de la pequeña por conocer al señor O era imparable. Con sus yemas-ojos comenzó a dibujar a un poeta de barbas sabias, con mente analítica y corazón de panela. Sintió sus manos y en ellas descubrió a un anónimo pintor de imágenes cotidianas, a un verdadero devorador de mundos.

Al fin, tornó su rostro pequeño... El señor O se presentó con la melancolía aprisionada en sus largas pestañas, con profundos mares de sensaciones, con tormentas de emociones contenidas. La niña se conmovió con su mirar que vagaba por dimensiones desconocidas pero que en chispazos de luz, mostraba toda la magia de su interior, pero siempre a cuentagotas.
Lo sintió amigo, camarada, yunta, amante... Tal vez él sintió lo mismo.

Pero al señor O le bastó un parpadeo para comerse a la niña, engulló como tallarines una a una sus medias violetas, se comió de postre su chulla bota, se bebió como refresco sus lágrimas blancas, chupó los huesos de sus largas piernas, destruyó a mordiscos su boca prominente y con ella se llevó a todo el universo.

Aún así, al señor O siempre le faltarán imágenes para explicar el suyo.

* Gracias a Gio por la colaboración al blog :D

viernes, septiembre 14, 2007

De idas y retornos

Nunca antes había volado de noche, el sábado fue una experiencia nueva, la verdad es que estaba demasiado agotada físicamente como para divagar al respecto, traté de dormir lo más posible y de rato en rato miraba por la ventana, ver las estrellas en horizontal es una cosa simpatiquísima.

Antes de irme de vacaciones estaba muy emocionada, el tomar aviones, caminar por los aeropuertos, tantas cosas nuevas que allá aguardaban ser descubiertas por mi. La emoción de lo desconocido pero con la plena seguridad de que seria bueno, el dinero necesario en el bolsillo y el cariño de la familia que aun sin conocerme bien, esperaba con ansias. Nada podría fallar. Y no falló.

Sin embargo no se compara con el sentimiento que tuve a la vuelta, el deseo de estar de nuevo en mi casa, dormir en mi cama, bañarme en mi ducha. Aunque me haya tocado llegar a sacarme la madre limpiando mi depar, el reencuentro con cada rincón vale la pena.

Y de golpe uno tiene que dejar el mundo de playas paradisíacas, castillos encantados y calles de luces para enfrentarse a la realidad. Al llegar a casa el espectáculo fue terrible, parecería que en todo el mes que mi hermano estuvo ahí no lavó un solo traste pero si los ensucio todos. Dormía en la sala así que todo era un remolino de cobijas y edredones en el piso, los baños ni mencionarlos, un poco de imaginación basta. Uno vuelve a la normalidad cuando se amanece hasta el día siguiente con la preocupación de donde estará el desaparecido con mi carro, llamar a los amigos, unir historias. La decepción interna y la vergüenza ante mi esposo, porque fui yo la de la idea de confiar-otra-vez en mi ñaño. Y la culpa, siempre la culpa.

A la final quedó el sin sabor de haber perdido el momento de alegría de los regalos que trajimos para todos. Mi bro regresó al día siguiente con un cuento inverosímil de héroes y ladrones. Uno se equivoca enormemente cuando espera cosas de los demás.

Y eso también es parte de la rutina, solucionar esos problemas: conciliar la carga emocional, ser el soporte familiar, lidiar con mi propia pena y regresar a la oficina para cumplir con todo lo que la gente espera de mi no en trabajo, sino en habilidad. Estoy ya de vuelta, la oficina nueva no es tan fea pero todo está en cartones.
A la final no me he graduado aún, me fui de vacaciones antes de ello, estoy en tramite. El blog sigue un poco abandonado mientras me iguale en trabajo y me incorpore de una vez. En el intermedio estoy divirtiéndome subiendo las fotos del viaje a mi flickr.