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martes, noviembre 09, 2010

Siete

La sentencia fue de siete años, la recibí con una sonrisa, pues siete años me parecieron demasiados. Tantos que alcanzan para hacer todo tipo de planes, si querían darme una mala noticia, con eso no lograron asustarme. Los últimos 7 años han sido los más intensos y mejor vividos de los 26 que llevo, ahora me quedan 7 años para morir.

Era tanto el tiempo, que a menudo me preguntaba si podríamos hacer algo para acelerar el proceso, no se malentienda, no soy del tipo suicida, es tan solo que contar con todos esos años por delante, le restaba un poco de drama a la fatídica noticia.

Conforme pasaron los primeros, no hubo cambio alguno, no puedo decir que haya vivido con más intensidad, tampoco caí en depresión, aunque no hubiera día en que no pensara que mis días estaban en cuenta regresiva, parecía todo tan lejano aún que era inútil entregarse a una fiebre de actos sin consecuencias.

La certeza de mi muerte, no pudo cambiar radicalmente mi vida. No sirvió de consuelo al momento de llorar por las amantes que me abandonaron, ni fue impedimento que me acobardase al momento de conseguir otras.

Seguí trabajando ya que los estados bancarios llegaban todos los meses, sin darse por enterados de mi enfermedad, la renta, las expensas, los servicios básicos, todos demandaban el cheque a final de mes que yo obedientemente depositaba.

Cuando restaban un par de años, la perspectiva apenas si varió un poco, empezaba a acercarse la hora y sin embargo, no había apremio. Aún no parecía momento de decir mis últimas voluntades, o de pedir perdón. Con el tiempo los arrepentimientos son cada vez menos, una especie de resignación o quizá la pesadez de aquellos días interminables. Dejé de hacer planes, cuando escuchaba acerca de un evento, un viaje, o un embarazo, hacía calladamente mis cálculos, para saber si sería parte de ello.

Durante el sexto año me obsesioné con la fecha, ¿Por qué siete? ¿Serían exactos? Debería contarlos a partir de los resultados de los exámenes médicos, o desde que me dieron la noticia, pero si yo tenía cita el lunes y por trabajo la retrasé hasta el jueves, ¿En qué momento mandaron los cronómetros a cero y empezamos a contar? Los recuerdos se volvieron borrosos y mi imaginación engañosa, cuando recordaba el día en que el doctor me dio la noticia, me imaginaba entrando a un circo y que era una adivina quién me pronosticaba el fin.

El séptimo se me escurrió acomodado en mi cama junto a un dolor permanente que me hacía alucinar que una cuchilla atravesándome las vísceras como un alivio o un leve distractor. Para cuando se acercaba la fecha que luego de mucho calcular, llegué a concluir como la definitiva, empecé a cuestionarme si debería dejar que así sea, o si en un último acto de rebeldía debiera yo tomar mi vida en mis manos, quitarle el gusto al médico y su bola de premoniciones.

Para el final, ya sólo podía pensar en fantasmas, convencido de que si había la oportunidad de ser uno, la tomaría desde el inicio, me divertía pensando en pequeñas venganzas etéreas, había encontrado la manera de aún sin poder prolongar mi vida, por lo menos animar mi muerte.

Nunca me sentí o comporté como un muerto en vida, estaba vivo, con un desenlace próximo, pero vivo al fin, con mi muerte lo único que ha cambiado, es que ya no cuento los días y la angustia de la espera que me alimentaba ha desaparecido. Ya no hay nada en el camino, nada que anhelar.

2 comentarios:

Holden dijo...

Sin ánimo de parecer insensible, pero me ha gustado mucho lo que has escrito. Espero que no sea autobiográfico.

So dijo...

Siemrpe tiene algo de autobiográfico, es la única manera de que salga bien, sintiendo lo mismo que el personaje. Igual, lo mío está en sospechas y tratamientos, aún no me siento tan fantasma.