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jueves, abril 24, 2008

Qué diría Freud?

Empecemos por lo obvio; nadie se conoce mejor que uno mismo. Básico. Yo sé por ejemplo, la verdad de todas las cosas que me repito a manera de invento, como convenciéndome. Se que no es verdad cuando creo que tanto caminar en buenos aires, va a compensar la cantidad de carbohidratos que consumo. Y sé también, que es mentira, cuando en contradicción, justifico mi inactividad tras el pretexto de una ajustad agenda de estudios y por la espera de que llegue quizá un momento de encontrar verdadera adaptación al medio. ¿Realmente llega uno a adaptarse completamente al cambio? ¿Es estabilidad lo que tanto se busca? ¿Se busca algo?

Sencillamente no existen respuestas reveladoras cuando carece de sentido preguntar.
En mi caso es suficiente aceptar las cosas como vienen. Y vengo yo, viviendo por ahora en Pasteur, cómoda, contenta, relajada. Me doy cuenta que voy sintiéndome menos enferma, la contraparte psicológica afirma que no es que este mejor de salud, sino que el muerto no tiene quien lo cargue; y quienes están a mi lado, no me conocen lo suficiente como para saber como actuar frente a mi hipocondría.

Buenos Aires está lleno de humo, ninguna metáfora al respecto, miles de hectáreas quemadas, humo ue se cola por cualquier ventana, los efectos en la garganta, y nula visibilidad en las vías. La ventaja, en lo que a mi concierne, es el efecto invernadero y los fabulosos 26º de temperatura cuando ya debería hacer frío por el otoño.

Dicho sea de paso, el otoño tampoco me trae algún significado evidentemente simbólico. Por el momento el otoño solo me muestra hojas amarillas en el piso, y otras entre rojas y anaranjadas aún colgando de las ramas. Viento, hojas y perros. Vayan a saber los expertos cual es la implicancia psicológica de que caminando todo lo que camino por las calles porteñas, solo pueda ver humo, viento, hojas y perros.

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