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miércoles, mayo 14, 2008

Fernando - (The winner the loser and the poser)

Fernando es de esos hombres insufribles, cómo explicarlo, digamos por ejemplo, Fernando es de aquellos que no soportaría jamás pasar un 14 de febrero solo, se tiraría a la primera que se le cruce en el camino, pero claro ninguna prostituta, no se trata de conseguir una presa fácil ni de engañar a una adolescente, no, Fernando buscaría seducir a una mujer que implique algo más de creatividad, lo irónico es que su estrategia consiste en decir cualquier idiotez sacada de un libro de poemas. Maestro del plagio, haciendo suyo lo ajeno, obteniendo rédito por ello. Se siente un ganador. Nada mejor que el olor del autoengaño en las mañanas.

Yo en cambio, soy de aquellas que prefieren cubrirse hasta la nariz con las cobijas en san valentín y no por depresión sino por evitar ver a ese angelito semidesnudo que anda lanzando flechas por todo lado. Sin embargo es una elección complicada, corro el riesgo de ser del montón que creen que no son parte del montón.

No sé bajo qué pretexto terminamos cruzando nuestros caminos a mediados de diciembre. Las circunstancias no pudieron ser más evidentes: yo iba de ventanilla en ventanilla en el registro civil por un engorroso trámite que estaba terminando con la poca paciencia que tengo, y él paseaba tranquilo por los patios de la dependencia pública, vaya tipo, que lugar para pasear, aún ahora creo que estaba buscando alguna chica, pero no lo puedo adivinar. Para no entrar en detalles, terminó por encontrarme, aunque estoy segura que lo que halló en mi era lo que menos intentaba.

Creo que nuestra relación funciona, porque no nos importa alcanzar un ideal de felicidad, y eso resulta tranquilizante y divertido. Un día, Fernando salía de casa y en un tropiezo desequilibró su alineación planetaria, desde entonces todo le sale mal. Él puede hacer un verdadero festejo de sus miserias, su sarcasmo se pierde en un límite de dudosa credibilidad, y el gozo es tan real y falso al mismo tiempo que me revuelve el estómago.

A veces me doy cuenta que no distingue entre lo que ve y lo que inventa; una mañana me propone encontrarnos en un barrio sin darme detalles, creyendo que el verdadero amor, el destino o la suerte nos juntará, yo le digo que no sea cursi y le deje esos juegos a Cortázar que los escribió primero, entonces me mira inocente, confundido, dudando, apenado. Y es ahí que uno no sabe si insultarlo por ridículo o abrazarlo tiernamente y hablarle bajito, susurrando cariños imperceptibles.

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