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jueves, abril 08, 2010

Generoso

Generoso, era reconocido por ser un hombre muy dadivoso, le gustaba entregar y entregarse, nada lo ponía más contento que regalar un poco de su alegría a todos los que lo rodeaban a través de sonoras carcajadas. Le gustaba el alcohol, las mujeres y el bullicio de las fiestas. El dinero, sin embargo, le era indiferente.

Se dio la libertad de vivir como muchos hombres quisieran, pero pocos tienen las agallas de hacerlo, desligándose muchas veces de la llamada responsabilidad, hasta el punto de olvidar a sus hijos toda una noche y madrugada bajo una carpa de circo, porque en medio de la orgía de la que participaba, se pasó la hora de recogerlos, estuvo mal, pero no iba a dejar que un par de gritos de su mujer le despojasen del gusto de haber vivido aquella noche de la que recordaba solo risas, manos y vendas en los ojos.

Generoso enterró a dos mujeres que lo supieron amar, con una adoración cándida que bien podría pasar por sumisión. Él supo ser su todo, su razón. Aún a pesar de las múltiples y evidentes infidelidades, ellas lo amaban con una devoción absurda, inevitable, inentendible. Su primera esposa le dio los hijos, la segunda le dio la certeza de que no se quedaría solo y que siempre habría ahí alguien quien cuidara de él. Mas la segunda falló, porque Generoso hubo de despedirla con lágrimas en los ojos y aguardiente en la garganta para no dejar que la pena hablara.

El día que generoso murió, acudieron a su velorio sus más cercanos familiares, el médico del pueblo, un par de abogados, dos amigos de juerga algo secos por los años, y ciento veinte y cuatro putas, todas llorando a mares, dieciocho habían procreado hijos con el difunto, a once de ellas tuvieron que retenerlas a la fuerza de no lanzarse sobre el féretro mientras descendía bajo tierra.

Dejó el mundo sin sentir arrepentimientos, apenas un poco solitario en ocasiones, y con la viva ilusión de que por lo menos uno de sus nietos tendría el coraje de seguir su ejemplo.

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