Otro cualquiera, en mi caso, se hubiera echado a llorar; yo, cruzándome de brazos, dije que me daba igual.
Nada de pegarme un tiro, ni de enredarme a maldiciones, ni de apedrear con suspiros los vidrios de tus balcones.
¿Que te has casado? ¡Buena suerte! Vive cien años contenta y a la hora de la muerte Dios no te lo tenga en cuenta.
Que si al pie de los altares mi nombre se te borró, por la gloria de mi madre que no te guardo rencor.
Porque sin ser tu marido ni tu novio, ni tu amante, yo soy quien más te ha querido: ¡con eso tienes bastante!
Rafael de León
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