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martes, junio 24, 2008

Batallas

The winner, the loser and the poser - Parte V

Quizá el problema fuera que ninguno de ellos tuvo antes una relación semejante, en la que ambos declararan abiertamente su enfermedad. Mostrar sin disfraces sus obsesiones, culpas, carencias, y reprimidos impulsos de auto sabotaje.
Esas cosas que por lo regular se ocultan ante el temor de que el otro se asuste, se aleje, se pierda.

Pero acaso no se trata únicamente de descargas de brutal sinceridad, implica además ser vulnerable ante lo más querido, y arriesgarse voluntariamente a salir lastimado o, en el peor de los casos, herir al otro.

Insistir una y otra vez en fallidos intentos de negociar sin respuestas. Enseñar facetas inverosímiles, saber exactamente cuál es el comentario que golpeará más fuerte, buscar concientemente decepcionarlo. Y ya ni siquiera sorprenderse con una reacción masoquista de su parte; sin confundir, nada tiene que ver con sumisión, sino con aceptar el grito, la reacción violenta, la sal sobre la herida, por un impulso enfermo de permanecer, la necesidad de quedarse y seguir creyendo, en nombre del amor, de la felicidad, la ilusión hasta cuando todo este perdido.

Y es precisamente cuando el daño es demasiado, cuando se cree que no resta mucho tiempo y las esperanzas se han apagado, cuando se ha exprimido hasta la última gota de paciencia, tras cada portazo y cada grito, son aquellas despedidas sin emoción, donde se notan vestigios de verdadera pasión. Son esos besos los más honestos, por los que vale la pena volver a la carga una y otra vez y salvar batallas, aún sabiendo que la guerra se ha acabado.

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