Mamá solía decirme de niña que no llorara tanto que se me iban a acabar las lágrimas. Yo seguía llorando, en ocasiones pensaba que sería bueno que se me terminen las lágrimas, así de adulta ya no sería tan terrible. Pero no se me acabaron, así que aunque me de vergüenza hacer de magdalena, lloro y me conmuevo, que me desespero, que me ahogo en mi propio llanto a toses y suspiros.
Ir dónde el profesional y decirle, mi problema es que no hablo, me parece no tan contradictorio como absurdo. ¿Cómo se habla de que no puedo hablar? que no me gusta hablar, me cansa, me agota, y me siento vulnerable. Mi único medio es escribir, y que ni eso me sale del todo bien, pero necesito el desahogo, necesito sacarlo de mi aún cuando no sea en voz alta.
Estoy rota. El fracaso se siente como un mareo permanente y un hueco en la garganta. Aceptar el tipo de persona que soy, tratar de hacerlo sin victimizarme sino con honestidad. He fallado. Ya no vivo en el extranjero con mi novio, ese hombre que me amaba con todo su ser, mi mal carácter ha logrado que me vea sola de nuevo, un regreso inesperado al país que no me ofrece nada, estoy sola, lo extraño, y me duele haber perdido. Pero esto también va a pasar.
No quiero decir a nadie que he regresado a Quito, me da vergüenza estar de recogida en casa ajena, sin poder mantenerme, desesperada por saber si voy a ser capaz, con ganas de hacer terapia, de arreglarme, con la certeza de que no voy a poder, estoy terriblemente dañada y la vida no tiene sentido. Me da vergüenza aceptar que he regresado, imagino las preguntas, las mentiras que tendré que decir. Mi mamá me ha preparado el discurso, me decía cuál era la versión de los hechos que tenía que decir mientras yo lloraba por sentirme la perdedora que soy, tuve ganas de decirle que no me interesan esas mentiras que no entiendo por qué le importa tanto el qué dirán, las apariencias, salvar la historia, que no me importa su visión moral de la unión libre, que no me voy a volver a casar, que él me ha dejado en un enojo irracional y equivocado, y que yo no hice nada para detenerlo, que estoy triste, que no me importa la versión que me haga ver bien, si en el fondo, la historia se repite, es mi culpa. Pero no se dice todo eso a la mujer que te acoge a media noche de manera inesperada, te pone una cama y te dice que mires para adelante, que todo estará bien.
Es lunes, hace frío en Quito, tengo dos valijas que desempacar y una vida que arreglar, antes de que la espiral cuesta abajo termine de succionarme, con las ganas que tengo de rendirme y desaparecer.
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