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lunes, noviembre 12, 2007

Ausencia

Una mañana sin más, desapareció de su vista y de su vida para siempre. Cuando se dio cuenta de lo que eso implicaba habían pasado ya varias horas y era inútil aventurarse en una búsqueda sin norte ni pistas.

Fue entonces cuando sintió, poco a poco, como el mundo se venía abajo, un peso que empezaba en su cuello, se deslizaba hacia sus piernas y le dejaba sin fuerzas, la angustia quemaba por dentro.
No reconoció el dolor hasta dos días después y trató de ubicarlo en algún lugar del cuerpo: el estomago, el pecho, la cabeza. Pero el vacío no se localiza en un punto específico solo nos absorbe entre ahogos y suspiros.

Escondió su depresión tras una máscara de dureza que no duró mucho tiempo, era absurdo maquillar una sonrisa si no tenía ganas de hacerlo. Buscó refugio en la música, los libros y el cigarrillo, y aunque ninguno hizo efecto, decidió no abandonarlos.
Consumió su juventud sin una mínima esperanza del retorno, creyendo que es de valientes aceptar las derrotas sin sentimentalismos. Y con el paso del tiempo la pena se hizo más liviana pese a no desaparecer de su corazón; y hubiera querido arrancárselo para así apagar cada recuerdo, aún cuando y por el contrario, su memoria no perdía detalle.

Se resignó a vivir con esa ausencia mientras durara, hacerla suya, sentirla, palparla, olerla, besarla... El último día, durmió al fin con la tranquilidad de hacer las cosas bien, sin arrepentimientos. Sus arrugas sonriendo, el dolor de sus ojos húmedos, enjugando aquellas lágrimas que nunca se permitieron caer.

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