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lunes, noviembre 19, 2007

Velorio

El muerto no quisiera que lo vean así: está hinchado, está morado, está de ver si conseguimos algo que poner sobre el ataúd y evitar que lo vean. Quizá las flores ayuden. Pero hay que esperar que aquí llega Ma-Isabelita y ha de querer despedirse del muerto. El muerto ya no tiene nombre, en cambio María Isabel tiene dos. Aunque eso ya era sabido y nadie la juzga; con un marido alcohólico cualquiera se hubiera buscado otro. Por borracho mismo es que se nos fue el finado. Tanta vanidad para quedar estropeado; en lugar de las flores se debería poner un letrero que diga evite el susto, ni se acerque. Quién dijo que los velorios son solo de contar chistes en susurros. Tanto morbo luego impide que el almita vaya al cielo, se incomoda. El muerto ya no siente; lo que está incomodo es estar tantas horas seguidas en esta silla con el espaldar torcido. Tengo que buscar tiempo para dormir. Al que le sobra tiempo para descansar es al muerto, todo lo que no durmió en vida. Debo encontrar tiempo para sentir pena, ya nunca más va a estar aquí. Pero no hay pena, no hay llanto, no hay café y los que nos acompañan empiezan a inquietarse. Tanta gente, tantas flores, tantas velas que lentas se consumen, esperan como yo que todo acabe pronto, enterrar el muerto bien abajo allá donde, unos antes que otros, todos hemos de terminar.

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