Aguarda al igual que un perro, el silbido del dueño, solo ahí reacciona; se levanta y hace lo que tiene que hacer sin tratar siquiera de atinar al blanco, y sin quererlo lo logra. Es cuando el resto empieza a detestarla, odian su seriedad, y al mismo tiempo envidian la sumisión con que obedece el llamado de su hombre, la forma en que lo sigue.
Se incrementa el rencor, no comprenden que solo con él hable y sonría. Cómo sólo él puede reanimarla y que un inesperado brillo asome en sus ojos. No entienden la exclusividad. Hay quien incluso piensa que sería oportuno terminar con su incomoda presencia, habiendo tantas municiones no habrá problema en gastar una y dejar que muera lentamente en el piso, ahogándose en su propia sangre, escupiendo coágulos, mirándolos con ojos suplicantes: una bala. Pero a los perros se los mata con veneno, no a balazos.

La joven se levanta, cuando recibe la orden de así hacerlo, pone toda su atención en aquel que la mira con ternura, obsesionada en su vacío, hace de todo para evitar las imágenes de si misma desangrándose hasta morir, y por mas que intenta no aparta de si, todos esos rojos pensamientos.
* Imagen de Elfen Lied. Capítulo 8.
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