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martes, junio 14, 2011

Fragmento: ¡Espérame en Siberia, vida mía! - Enrique Jardiel Poncela

No me cansaré nunca de decírselo, amantes de todos los países: en el amor, prescindid del prólogo.
Verdaderamente, en la mayor parte de las cosas del mundo se debe prescindir del prólogo; pero en el amor más que en nada.
Cuantos presumen de dominar los problemas pasionales os aconsejarán que al encerraros con la persona de vuestra predi­lección, en una alcoba más o menos suntuosa, procedáis con cal­ma y enfoquéis el idilio lentamente con cien detalles nimios y previos, dejando para lo último la satisfacción del amor, de la misma manera que los platos de dulce se reservan en las comidas para el final.
Pero no hagáis caso a esas gentes experimentadas. Del amor, no sabe nadie una jota. (Ni yo, claro.)
Y dejar lo dulce para el final es exponerse a que el final no llegue y os quedéis sin el dulce.
Mujeres: esos hombres que no intentan apoderarse de vosotras desde el primer momento son unos impotentes o unos idiotas, pero nunca unas personas honorables ni menos unos seres experi­mentados.
Hombres: esas mujeres que desde el primer momento se os nie­gan no son unas virtudes romanas: son unas ingenuas o más senci­llamente: es que no le gustáis.
El amor tiene naturaleza de telegrama urgente: si no va de pri­sa no sirve para nada. Mirar cuando puede besarse, hablar cuando puede amarse, es tan imperdonable como ponerse el frac con som­brero
calañés. Perder el tiempo en el amor es un delito que no está penado en el Código, porque los Códigos han sido hechos por ancianos para quienes el amor ya no era sino un recuerdo esfuma­do y lejano.
No me cansaré nunca de decíroslo, amantes de todos los paí­ses: en el amor prescindid del prólogo u os veréis obligados a pres­cindir del amor mismo.

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