A las 11.30 de la noche sonó el timbre. Supe que se trataba de Martín por el ritmo con el que apretaba el pulsor; él no lo nota pero tiene una canción incorporada que marca muchas veces sus pasos, un silbido ocasional y distraído, un golpeteo automático sobre la mesa; si le preguntan, no tiene idea alguna de a qué canción se refieren. Está convencido que es un invento de alguno de sus amigos, sólo para ponerlo paranoico.
A las 11.35 volvió a sonar. Quien me conoce sabe que a esa hora escribo, de todos mis amigos Martín era el único que se atrevería a pasar por casa a esa hora, no por olvidarlo, sino precisamente porque le importa un carajo.
Levanté el citófono y sin preguntar quién estaba del otro lado, pulsé el botón con el que se abría la puerta, y toda vez que estuve levantado, aproveché para dejar entre abierta la puerta de madera del departamento.
Pocos minutos más tarde Martín se encontraba dando vueltas por mi apartamento, son su extraña costumbre de olfatear el terreno, en la cocina fingió que sacaba algunas ollas, a tiempo se dio cuenta que nada tenía que hacer ahí y que tampoco le apetecía hacerlo; fue hacia la ventana, cazaba luces a través de las cortinas, y luego se dirigió hacia mí, estoy seguro que vio el texto que escribía a medias en la pantalla de la computadora, pero seguía sin importarle, regresó a la sala dio una vuelta al rededor del sillón y una segunda sobre su propio eje, al final se tendió sobre el sillón, completamente calmado. -"¿Qué haces?, chaval", -"Creí que hace años habías perdido el acento español. Escribía, pero apenas logro construir la escena, tengo personajes como muñecos acomodados en la repisa, sin que haya decidido aún qué voy a hacer con ellos."
- En ocasiones siento envidia por ustedes, los escritores.
- No entiendo el plural que estas utilizando. Respondí mientras le servía una copa.
- Tienen el poder de la muerte en la punta de sus dedos cuando las apegan a las teclas. De la vida también, pero me llama más lo otro.
- No te sigo del todo, creo que vienes más avanzado de lo que imagine. ¿A qué viene todo esto?
- No, escucha, no quiero decir que seas una suerte de dios, puesto que no habrá uno de tus personajes que te rece, a menos que así lo decidas escribir, en cuyo caso, serías un dios egoísta, de esos a los que no vale la pena rendir culto.
- Y un poco cruel, me parece, dotar a mis personajes, de la conciencia de su existencia y la preocupación de una deidad.
- Es a eso a lo que me refiero, ustedes tienen el poder en el espacio que se oprime entre sus dedos y el teclado.
- Otra vez el plural.
- Puedes crear por ejemplo a una mujer fantástica, de esas que no existen más que en las novelas, en una línea dibujaras su cabello, negro y corto, un poco más arriba de los hombros, lacio y fino como una lámina de acero.
- Prefiero las pelirrojas de cabello largo y rizado, pero sigue.
- La construirías descomplicada y soñadora, libre, con una mezcla de inocencia y malicia en la mirada, de esas que quizá deciden lanzarse a una aventura recorriendo caminos y coleccionando historias, salvándose a sí mismas mientras no pierdan el poder de la fantasía. La harías inteligente, con frases perspicaces, y con la facilidad que te brinda el idioma podrías mencionar sin ser explícito, que tiene curvas voluptuosas pero que su verdadero encanto está en la forma en que muerde su labio cuando está a punto de tomar una decisión entre dos opciones. Construida a tu antojo, muy lejos de tu imagen y semejanza, mucho mejor, un conjunto ideal al que cualquier lector generaría simpatía, la haces recorrer algunas escenas y luego en un descuido, casi sin querer, una mala pisada rompe el taco negro de acero que lleva puesto mientras camina por la estación del subterráneo, al tiempo que dice un improperio pierde el equilibrio, todo pasa muy rápido, cae sin mayor explicación a las rieles del tren, y no diciéndolo se ha descuartizado entre los gritos de horror de la gente que lo ha visto todo, queda únicamente la escena de sus dos delgadas piernas sujetas todavía al resto del cuerpo inerte.
Permanecí callado, me parecía apropiado decirle que aunque podría hacerlo, no sería una historia convincente, pero lo dejé terminar de hablar.
- En las películas eso no puede pasar tan fácilmente, necesitas una justificación. Pero los relatos tienen esos permisos que la cinematografía no, a veces con una sola palabra se toman decisiones poderosas que el lector asimila recién cuatro líneas después, el escritor no tiene que explicarse, va dejando que la historia tome forma de manera orgánica en la mente de quien lee, dejar vivir el engaño en su cabeza, que lo digiera a su ritmo, permitiendo que la imaginación haga gran parte.
No había nada más que decir al respecto, apagué el monitor y me acomodé a su lado. -De dónde vienes, Martin?
- De nada, daba vueltas por la zona, no te imaginas a quien acabo de encontrar, no me lo creerías de todas formas.
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