Extrañar es una constante. Me han dicho más veces "te extraño" a "te quiero"; cada vez que me subí a un avión hubo alguien despidiéndome con lágrimas en los ojos, y alguien recibiéndome con el corazón golpeando de emoción en el pecho.
He cogido, aprendiendo y descubriendo, novios que ni bien traspasé el umbral de la puerta me hacían sentir que el mundo se terminaba y que el deseo constante, inacabable, nos convertía en eternos.
Bailo, bailo desde cuarteto hasta Sinatra, a veces me han tendido la mano para bailar sin que hubiera música de fondo, y nos movemos despacio, a un ritmo de respiraciones compartidas, pegados en el silencio.
No me puedo quejar de ello, ha sido todo bárbaro. Aunque no me atrevería a preguntar, si con eso alcanza, porque probablemente lo mejor es que no alcance, o no preguntárnoslo.
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