Nunca esperé llegar hasta acá y no sé qué hacer con el tiempo que tengo.
Mi expectativa de vida siempre rondó los 30, aún cuando lloré con ese diagnóstico del tumor (que al final, como una película muy barata e inverosímil, quien me diagnosticó, me dijo disculpas fue un error de equipos un falso positivo), aún ahí, sentí el alivio de la vida sin mí. Pero aquí sigo. Con la autoestima en la lona, cerrada a la gente, encerrada en mi mal genio, en mi soledad, como un muro de enojos frente a todos, creyendo que es mejor no dejarlos pasar, que nadie me conozca, porque no soy digna de ser conocida. Dejando las cosas pasar con la esperanza de que ya me voy a ir, me voy a ir de esta vida, esto TIENE que terminar.
Dejas de creer. Ni en dios, ni en la ley de la atracción, ni en nada que pueda tener un efecto mágico. Me mantiene el deseo constante, cada cumpleaños, cada estrella fugaz, cada fin de año, cada noche al quedarme dormida, cada día mi primer pensamiento, me quiero morir y estoy aquí, abrumada con tanta vida, abrumada sin respuestas. Que fácil es mirarme de afuera y juzgar mis silencios, qué fácil acusar mi actitud, por dentro tengo el peso de no querer estar acá, y este acá es el universo mismo.
Esta semana redacté mi testamento, habláme de depresión.
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