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lunes, septiembre 11, 2006

Nota

Para Pablo la muerte no era más que una confirmación de que la vida sigue; por más que doliera, por más impotencia que sintiera y aunque fueran muchas las lágrimas, cada día amanecía poco antes de las seis, en la calle le seguía atormentando el tráfico, en el noticiero daban reporte del clima cambiante y las tiendas lanzaban sus mejores ofertas navideñas. La vida continuaba, pese que día a día millones de personas perecieran alrededor del mundo.

Por eso no le costó mucho tomar la decisión de morir esa noche, a la cuarta botella de vino, nada dramático, no quiso pastillas ni venenos que le causaran convulsiones y un tremendo dolor de estómago, era enemigo de las armas no quería tampoco salpicar de sangre el estudio ni mucho menos destrozar su rostro con un ruidoso disparo. Subió por las escaleras, casi sin sentir sus pasos, el efecto del vino, una vez arriba se acercó al balcón que le daba vista panorámica de su sala, dio media vuelta sintiendo el amortiguamiento de sus extremidades y saltó hacia atrás. Era el fin. Estaba sólo esa madrugada, nada de espectáculos ni gritos vergonzosos.

Paula, la esposa, encontró la nota suicida entre otros papeles arrugados en el escritorio un mes después, apenas una hora antes de la misa de honras.
"Perderte es lo más difícil que me ha tocado vivir"
No la entendió enseguida, pero como estaba ocupada en escribir un discurso para la ceremonia no se tomó el trabajo de interpretar, la consideró sin más como una despedida fúnebre. Copió la frase en una hoja en blanco y prosiguió escribiendo seis, ocho líneas algo tristes y serenas, sin llorar, pero salivando más que de costumbre.

Al acto religioso asistieron pocas personas, resaltaba la figura de Patricia, la amante, quien al escuchar la primera frase del breve discurso mortuorio que Paula leía pausadamente, reconoció en las palabras el sonido susurrante de la voz de Pablo. Una lágrima cayó por debajo de su ojo izquierdo, ese era el primero en llorar siempre. Recordó a Mateo, su hijo, muerto ya 15 años antes, y en su interior se alegró que los últimos pensamientos del hacia un mes fallecido hayan sido para su primogénito. Aunque sabía que Pablo siempre dudó en silencio de la paternidad del mismo y ella también se mantuvo en la incertidumbre por mucho tiempo.

Pamela, la otra amante, estaba sentada en primera fila, pese a ello casi nadie reparó en su presencia, vestía de riguroso negro, mismo que llevaría por los 5 años posteriores, hasta el día en que se volvería a enamorar. En sus manos un pañuelo blanco bordado, que no fue usado sino para lo elemental. Se levantó y salió de la iglesia cuando Paula terminó su intervención, sería de mal gusto hacerlo antes. Pamela era la única que con certeza habría entendido la frase del difunto y supo que nada tenía que ver con una nota suicida.

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