"Apaga esa huevada". Esa fue la primera vez que se estableció (algo parecido al) diálogo con los vecinos.
Estaba harto, domingo 11 de la noche; por las paredes se puede escuchar agua correr, quién sabe de dónde baja el agua, seguro viene por alguna cañería de los baños. Si se esfuerza puede también no solo oír la tv de los del 403 sino también el tono del teléfono cuando lo descuelgan, a la madre dando la bendición a su hijo.
Es domingo a las 11 de la noche, y por encima del ruido del extractor de olores de la cocina del 302 se escuchó el grito: apaga esa huevada, refiriéndose precisamente, al extractor de olores.
De inmediato se escucharon los murmullos en el 201, 202 y 401. Algunos cuestionaron la forma del pedido, pero sollozando, no querían ser inconsistentes con su discurso. La del 603 hizo todo lo contrario: cerró la ventana que casi siempre mantenía abierta, apago la luz, y ni siquiera tuvo ganas de espiar. La del 302 asomo tímidamente la cabeza por la ventana de la cocina, por supuesto, lo hizo después de apagar el extractor. Aunque al ratito también se le ocurrió encenderlo de nuevo, solo para verificar de donde salía el bramido. Le gustaba recibir órdenes, no lo sabía, pero esa excitación no debía ser normal, seguramente era por el mandato en alto volumen.
Estaba harto, domingo 11 de la noche; por las paredes se puede escuchar agua correr, quién sabe de dónde baja el agua, seguro viene por alguna cañería de los baños. Si se esfuerza puede también no solo oír la tv de los del 403 sino también el tono del teléfono cuando lo descuelgan, a la madre dando la bendición a su hijo.
Es domingo a las 11 de la noche, y por encima del ruido del extractor de olores de la cocina del 302 se escuchó el grito: apaga esa huevada, refiriéndose precisamente, al extractor de olores.
De inmediato se escucharon los murmullos en el 201, 202 y 401. Algunos cuestionaron la forma del pedido, pero sollozando, no querían ser inconsistentes con su discurso. La del 603 hizo todo lo contrario: cerró la ventana que casi siempre mantenía abierta, apago la luz, y ni siquiera tuvo ganas de espiar. La del 302 asomo tímidamente la cabeza por la ventana de la cocina, por supuesto, lo hizo después de apagar el extractor. Aunque al ratito también se le ocurrió encenderlo de nuevo, solo para verificar de donde salía el bramido. Le gustaba recibir órdenes, no lo sabía, pero esa excitación no debía ser normal, seguramente era por el mandato en alto volumen.
4 comentarios:
Pues a mí no me gusta que me den ordenes, cosas de la vida. Y aún me dan bastantes en el curro ^o^
eso si me parece autobiográfico :p
Qué vecinitos eh!
Ja. Me gustó.
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