Un día cualquiera, martes o miércoles, él tomo la decisión de quitarse la vida. A los tres días encontraron su cuerpo, putrefacto. Un arma, una botella y miles de moscos atraídos por el hedor.
Y fuera de cualquier pena o dolor, vacío para algunos y alivio para otros, ahí pudo haber quedado la historia.
Pero hay un detalle, que aquel día estaba cubierto con una tela negra. Y eso cambia los hechos que imagino de vez en vez.
Él tenía, además de a su familia (de la cual no se despidió, como buen suicida), una mascota, un pájaro, el mismo que posiblemente fue su única compañía durante algún tiempo.
El asunto es que encontraron también al pájaro muerto, obvio, sin embargo se notaba claramente que le habían dedicado varios minutos de atención, los últimos cuidados. El papel periódico limpio, provisiones de agua y comida perfectamente equilibradas y dispuestas, y la tela que lo cubría durante las noches había sido colocada armoniosamente la última noche.
Esas cosas se notan, simplemente, se notan.
Y es que es imposible que un tipo que llegó una noche a su casa, sintió la soledad, no aguantó el deseo de beber, se emborrachó y en un momento de furia y agresividad se disparó, hubiese podido estar tan pendiente de lo que quedaría de vida de su pájaro.
Con pensarlo un poco, puedo imaginar que llegó temprano a casa, con la certeza de que era su última tarde, y trabó la puerta detrás de si, porque sabía que no necesitaría salir nunca más. Y sé que, como muchos, fue conciente de la sensibilidad de los pájaros, él sabría que un animalito de esa especie podía morirse tan solo de la pena.
Y quizá conversó con él, como un último recurso de vida, pero sin aferrarse.
Y quizá hasta silbó como solía hacerlo su padre, en fiel competencia a los jilgueros.
Quien sabe si tal vez con esperanza imaginó que su cuerpo sería encontrado antes y podrían salvar al pequeño animal, y dejárselo como herencia al primogénito. Un acto de generosidad en medio de una acción que bien puede ser catalogada como egoísta.
Y quizá el mismo pájaro se dio cuenta, mientras la tela descendía ante sus ojos apresurando la noche, que esa sería la última vez que vería la luz, y por eso dejó el periódico limpio, el agua y la comida dispuestas pero sin tocarlas siquiera. Y cerró los ojos al mismo tiempo que en el cuarto de al lado, se escuchaba el disparo.
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miércoles, mayo 24, 2006
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