Yo nunca tuve 22 años. Permanecí en los 21 por 24 meses y cuando llegó el día del festejo del 2006, pasé directamente a los 23 años.
Era una verdad indiscutible para mí, pero difícil de mantener ante otros, la defendía sumando y restando episodios entre mis 17 y 18 años. Cuando la gente indagaba demasiado terminaba en historias confusas de una graduación y matrimonio casi inmediatos sin perder en cuenta el año sabático en las islas encantadas.
Las razones no sobran ni faltan, lo mismo pudo ser los 22 como podrían ser los 25. Me temo que cumplir 27 me va a resultar algo más desagradable: el número siete, por cabalístico que sea, siempre me ha parecido mediocre, sin embargo dudo mucho repetir el episodio.
Poco me preocupa envejecer, a pesar de que un estremecimiento suele recorrerme eventualmente, con tanto bombardeo televisivo en cuanto a programas de cirugía y estética, cuando pienso que es probable que mientras pase el tiempo, mi piel no esté tan pegada a mis músculos, la ley de la gravedad empiece a afectarme, y las arrugas marquen el camino sobre mi rostro.
Está bien, tiene que pasar, pero mi poca actividad física me asegura que el declive será más drástico que en promedio. El cigarrillo, cantidades industriales de alcohol, fascinación por la comida chatarra, aceitosa y la recurrente dieta en fin de semana de tostitos y mayonesa. Factores que me hacen creer al mismo tiempo que no tendré que preocuparme por cuando llegue el día en que ya no pueda esconder los rollitos tras la tersa piel de mi estómago, o que algunas cosas no se mantengan en el lugar adecuado formando curvas que ahora, aunque suene insulso, detienen el trafico; quizá y el mismo cigarrillo, el whisky, y los fritos sumados a mi hipocondría me impidan llegar a los devastadores cincuenta.
Mientras tanto, celebro hoy mis 24, invitados la fiesta los vicios de los que me quejo mientras disfruto. Mi cédula no está de acuerdo, me advierte, por un error del cual ya he comentado, que si quiero beneficios por cumpleaños deberé esperar 10 días más. Hoy la cedula se queda en casa y mis amigas serán quienes provean los beneficios. Se espera.
Veinte y cuatro años, un título, un hogar estable, experiencia laboral, amistades entrañables y unas cuantas ilusiones y enormes esperanzas para este año se han agregado a mi carpeta. A los 30 habrá que hacer el recuento real, esa es la meta. Nada más que decir. Japi birdai tu mi.
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jueves, enero 17, 2008
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