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lunes, diciembre 14, 2009

Fracaso

Nos acostumbramos al fracaso ajeno. -¿Se divorció?- Como algo cotidiano. – Si, normal, los matrimonios de ahora no duran.- Es parte del cambio. -¿No duran?- Pero uno se para al pie del altar en la iglesia con tanto miedo y tanta esperanza, y pide felicidad para siempre, y desea que de sus labios no salgan solo palabras sino que esa promesa sea un encanto, algo que dure eternamente. – Nuestros abuelos no se divorciaron porque no tenían cómo hacerlo.-

Y te puedes pasar tardes enteras mirando cada una de esas 9928 fotos que hay en tu ordenador, 9.98 gigas de fotos, una por una en orden aleatorio, buscando el amor. Las mujeres tenemos ese problema, la búsqueda incesante. Tratando de ubicar hasta cuando fue que duró. En dónde se perdió.

Sin embargo sobrellevar el propio fracaso se torna más difícil, quizá por exceso de auto crítica, por exigírnoslo todo, y porque a fin de cuentas, uno solo es honesto puertas para adentro, cuando el barullo ha terminado y solo queda el vacío, solo ahí me reconozco, me veo, me apiado y me reconforto en mis defectos.

Al final la promesa se rompió, no necesito que alguien me lo haga acuerdo en tono sarcástico, como quien critica una institución que lleva siglos al poder, sin fijarse que el fracaso no es de la iglesia, ni de nosotros que seguimos creyendo en el amor eterno jurado ante un dios crucificado, sino de cada una de esas veces que no cedimos ante un disgusto, cada vez que no luché por re enamorarte, cada vez que me di por vencida pensando que el inevitable final había llegado y era mejor dejarlo entrar en calma sin hacer escenas ni aferrarme a lo que ya ha sido así pactado.

Al final no sé cual es la soledad que más incomoda, aquella soledad concurrida, aquel sentimiento de tener el corazón aprisionado sin poder gritar, sintiéndome tan estúpidamente incomoda por creerme sola cuando estaba rodeada de gente que me adoraba y sin embargo no poder quitármela de encima; o la de ahora, la real, aquella que se llega de la mejor fiesta del mundo, habiendo reído, bailado, cantado hasta el cansancio y que no quede más que el ruido del ventilador a mi espalda, en el infinito silencio de mi pieza. Un vacío creciente que asegura que sin importar cuantos sean los minutos de gozo, al final la ilusión se desvanece y quedo únicamente yo, frente a la pantalla. La inexistencia del amor y su sombra en un amante.

Quizá no queda más que sacar lo mejor de cada día presente, dejar a un lado lo demás y exprimir cada buen momento, sumar las sonrisas, atesorando cada instante perfecto, porque eso es lo único que ayuda a hacer más llevaderos los domingos.

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