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martes, febrero 01, 2005

Escritos desde la habitación de paredes blancas

Era suave, confortable, cálida y en cierto modo espaciosa.
Su color e incluso su estructura me recordaban las nubes que contemplaba recostada sobre el pasto cuando niña.

Ahora no lo hago más, los años y las circunstancias han cambiado completamente mi vida sin que pueda darme cuenta.

A veces reconstruí­a con nostalgia ciertos eventos, personas y lugares, sin embargo, como he dejado de lado el buen hábito de buscar una ventana al amanecer y ver salir el sol, pues incluso los recuerdos se han vuelto borrosos.

Como les decí­a, a un principio no me disgustaba este sitio, tení­a todo lo necesario para satisfacer la vanidad caí­da de una mujer que no sabe del coqueteo.

En realidad, los dí­as dejaron de ser eternos gracias a las diversiones que inventé y que de algún modo llenaron ese vací­o que provoca la indiferencia frente a todo lo externo.

Y es que cuando el silencio invade por completo el espacio, la mente genera tantas ideas como es posible.

Sin embargo, entre tantas imágenes difusas que ingenié, hallé alguna que decidí­ rescatar y guardar en mi cabeza.

Realmente he perdido la cuenta de las veces que esa idea desencajó mi escaso equilibrio robándome indistintamente una sonrisa, una lágrima, una inquietud y nunca una respuesta.

Aquella mujer, su silueta delgada, su piel morena y su expresión conmovedora eran constantes en la imagen, sin embargo el escenario jamás fue el mismo.
En oportunidades vi a la mujer arrullando un recién nacido mientras canta una canción de cuna y otras, la miré correteando a una niña de cabellos largos en un jardí­n saturado de cartuchos y girasoles.

Y no sé si se debí­a a su constante presencia en mi imaginación, pero por alguna razón que desconocí­a o quizá no recordaba, aquella mujer me resultaba muy cercana, muy... ¿real?

En todo caso decidí retomar el tema porque cierto dí­a comencé a sentirme diferente, a pesar que la habitación seguí­a tan confortable y blanca como siempre, algo en mi habÃía cambiado... (otra vez)
No sé por qué de pronto todo parecí­a más claro, nuevamente extrañé mirar por la ventana y ya no me sentí­a tan aturdida como antes.

Seguí­a imaginando cosas y continuaba recordando espacios y circunstancias, pero para ese entonces los personajes ya no eran espectros ajenos a mí...

Después de quién sabe cuanto tiempo mi mente por fin estuvo más lúcida, y aunque todaví­a no lograba precisar con exactitud quién era la mujer de mis sueños, estaba convencida de su proximidad y relación conmigo.

Algunas veces quise hacerle millones de preguntas al hombre que traí­a mi alimento a diario pero, aún cuando casi a súplicas y gritos le pedí­ que me respondiera, no lo hizo y, probablemente jamás lo haga porque tan sólo hoy me di cuenta que ya no siento el mismo placer por esta habitación blanca de paredes acolchonadas donde me encerraron y a dónde la mujer morena, mi madre, no ha vuelto jamás.

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