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miércoles, abril 19, 2006

Desempolvando los escritos (II)

El complejo de Electra que tuve durante toda mi niñez y adolescencia, definitivamente tuvo que influir y hasta ser la causa de algunas decisiones que he tomado en mi vida.
A mi manera de verlo, la ausencia de figura paterna, puede provocar dos reacciones, hay quienes adoptan una actitud de rechazo hacia el padre, considerando el sufrimiento de la madre abandonada, y hay quienes, como yo, lo idealizamos, creyendo ingenuamente que si él estuviera, las cosas marcharían mejor.

Es por eso que recién graduada tomé la decisión de ir a vivir con mi pá, el sabio, el inmortal, el bueno, el que siempre reía, el hábil, el superhéroe; para descubrir que es un simple humano, con tantos o más errores que los demás, y quererlo a pesar de ello. Esa fue la primera vez que abandoné mi casa y a mi madre con ella, sin darme cuenta la dejé muy triste y solitaria... tratando de enmendarme a la distancia, hice lo mejor que se me ocurrió, un cuento para ella.
Hace pocos días lo encontré en medio de un libro que solía llamar y llevar como diario, y que ahora solo es un compendio de facturas, papeles, entradas al cine, etiquetas y demás recuerdos de salidas especiales, que una vez al año actualizo.

Quiero postear hoy ese cuento, no le he hecho correcciones de redacción, se nota que es viejo, y está algo cursi, pero siguiendo con mi actitud grinch antifestividades, no voy a escribir nada respecto al día de la madre para el segundo domingo de mayo, este post vale por ese.

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Mi madre tenía un corazón guerrero.
Mi madre nunca lloraba
Era tan fuerte y valiente que incluso las tempestades desviaban su curso, para no enfrentarse a su ferocidad.
Porque ella era más poderosa que cualquier ejército, y era tenaz al momento de la batalla.

Dicen que en sus ojos ardían dos llamas, capaces de incendiar todo lo que a su alrededor estaba y que hasta el mismo mar con sus invencibles olas, huía temeroso de ella.

Y aún cuando todo estaba en calma y descansaba su cuerpo sobre el verde el césped y bajo el caluroso sol; aún en medio de la paz, sus ojos denotaban ese brillo extraordinario.

La luna se vanagloriaba de ello, aseguraba que eran dos estrellas del firmamento aquello que mi madre tenía en sus ojos, aunque dentro de si sabía que no era cierto.

En el Olimpo, Prometeo se regocijaba, decía que en esos ojos estaban dos chispas de fuego que él le hubo regalado? y el semidiós sabía lo falso de sus palabras.

Las hadas sonreían encantadas, pues decían a todo el que quisiera escuchar, que ese fulgor eran dos perlas que ellas le habían obsequiado, una noche de abril, pese que también ellas sabían que estaban mintiendo.

Porque lo que mamá jamás ocultó es que los dos luceros que iluminaban desde sus pupilas eran el reflejo interno del amor que sentía por sus dos pequeños hijos.

Un día vi como la luz se iba extinguiendo poco a poco hasta desaparecer, mi madre lloraba. Lo hacía porque veía a sus hijos alejarse y perderse en el horizonte.

Después de haber conquistado al viento, a las montañas y al mismo mar, con el ímpetu de su corazón guerrero, sabía que no podría ganarle la batalla al destino que le separaba de su razón de vivir, porque, como ley de vida, las criaturas que antes sostuvo en sus brazos ahora se dispersaban por el mundo dispuestos a recorrer nuevos caminos.
Y se sintió sola, como nunca antes, sola y débil.

Con el tiempo aprendí que mi madre tiene aún en su pecho el mismo corazón guerrero, igual de fuerte, poderoso y valiente, y si es que ya esa luz no está en sus ojos, es porque ahora está en los míos.

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