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lunes, marzo 12, 2007

Elenita

La vida no es más que instantes acumulados, momentos que lo cambian todo. Estamos a merced del tiempo. Sea un minuto o 30 segundos... lo que tarda un parpadeo.
Solo bastó un instante y la vida me ha cambiado, hace un momento yo era Armando Serrano, exitoso abogado, padre de dos hijos, amado esposo y reconocido profesor de universidad. Ahora soy solo el viudo de doña Elena, pobre, solo y triste Armando.

Como una persona luego de 15 años de unión, amor y compañía llega a ser lo único trascendental que define mi estado y situación. Soy y dejo de ser por ella. Solitario y viejo Armando.

Mis hijos aún no se enteran, vienen en camino al hospital, son aún los jóvenes, los estudiantes, los amigos... En menos de media hora serán los huérfanos, los que lloran, los que me abrazan, los que tratan de calentar este frío que me deja Elenita.

Ahora se llevan el cuerpo, los cuerpos, porque ambos estamos muertos, a ella la cargan hasta la morgue, a mi me llevan a casa, me obligan a comer algo y me dicen que avisarán luego, cuando esté listo lo del velorio.

Han sido tantas las palmadas en la espalda, las frases de consuelo, apenas si los miro y reconozco; solo hay murmullos, saben que es cuestión de tiempo hasta que yo también me vaya, no sobreviviré a esta tristeza.

Todos me miran con pena, aquí no hay abogado, padre, hermano, docente, nada, solo el viudo que se pierde en un llanto silencioso, y el vacío en el pecho se acentúa sin mi Elena. Mía.

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