Anoche no vino a dormir, y por la hora, puedo suponer que hoy tampoco.
Y es cuando me doy cuenta que tu no vives aquí, que a penas si pasas la noche ocasionalmente.
Quise creer que todo sería igual, como antes de que te fueras por primera vez.
Pero ya no fumo, y no hay nada en el mundo como la complicidad que marca el humo de un tabaco.
"Dejáme ser feliz" me dijo a gritos la otra noche en la calle, luego de percibir mi mirada de reprobación al silbido que ofreció a esa rubia que caminaba a nuestro lado.
Una sonrisa en sus labios, creyó que no lo había notado. La seriedad de mi rostro le demostró que no solo lo vi, lo escuché, sino que no me hizo gracia alguna.
Hubiese querido que las cosas fueran como antes. Más pudo mi ingenuidad y la alegría de verte de nuevo "en casa".
Que ganas de fumar sienten mis pulmones, cómo se deja de hacerlo, cuando no es por convicción propia sino por el dictamen del médico. Pero él no está aquí, y quizá no lo vuelva a ver. Me esconderé también de mi conciencia. Nadie sabrá si recaigo.
Hoy me he dado cuenta que no vives conmigo.
Que mi apartamento es solo tu bodega.
Que te irás en cuanto logres pagar el alquiler de un espacio más grande.
"Dejame ser feliz" me dijo, y mi mirada de desaprobación se convirtió en duda, no mostré rencor, tampoco pena.
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jueves, octubre 13, 2005
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