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lunes, octubre 02, 2006

Rutina

A las nueve en punto en la noche Julia se sienta frente a la computadora y con un sentimiento de nostalgia, que con el tiempo se ha vuelto costumbre, escribe una larga carta a sus hijos quienes desde hace un par de años residen en el extranjero. Se divierte con las fotos recibidas en el adjunto y luego de sendos besos, se despide mandando saludos.

En la otra habitación está Raúl viendo el tercer noticiero de la noche. Siempre es así, va cambiando los canales cazando las noticias, uno tras otro hasta las diez, hora en que apaga el aparato, se acomoda los lentes y se dispone a leer ese interminable libro que tiene hace meses en la mesita de noche.

Mientras tanto, Julia ya se ha lavado los dientes, se ha puesto pijama y ha alistado el traje que usará mañana. Con los dedos masajea su rostro, se aplica la crema humectante con movimientos circulares y mira a Raúl a través del reflejo que le devuelve el espejo de la cómoda, embobado aún con las noticias; sabe que su afán no es estar más enterado, ni hacer un análisis de los distintos puntos de vista con los que tratan la misma noticia en las diferentes redes televisivas. Piensa que quizá el gusto está en la repetición.

Lo observa y sin embargo no lo reconoce; levanta las cobijas suavemente y con ellas forma un triangulo perfecto. Sale de la habitación y camina rumbo a la cocina donde se sirve un vaso de agua y mientras regresa a la cama vuelve a clavar la mirada en su esposo; conoce de memoria cada uno de sus gestos, cada línea en su rostro, cada arruga, el color enrojecido que toma su nariz cuando está enfermo, a qué huele, ha contado tantas veces los segundos en el ritmo de su respiración, sabe cada cuanto tiempo necesita ir al baño, la suavidad de su piel, sobretodo de sus manos donde se admiran las venas levemente levantadas; piensa en todo ello en no más de treinta segundos, imágenes, percepciones; al mismo tiempo se pregunta dónde estará el hombre que la hacia reír y que le causaba tanta ansiedad. No es el mismo con él que aprendió que el amor no se siente en el corazón como dicen los poetas, sino en el estómago.

Se acuesta, igual que cada noche junta sus manos de forma mecánica y reclina minimamente su cabeza dispuesta a rezar, sin embargo no consigue formular una sola oración para el cielo, sigue sumergida en pensamientos contradictorios. ¿A dónde se fue el hombre que ella amaba? Ese con quien podía conversar de todo y de nada durante horas sin darse cuenta.

Raúl ya apagó la tele y la luz del dormitorio, dejando apenas encendida la lámpara de su velador. Espera a que su mujer termine de orar y suavemente se acerca para empezar a hundir los labios en su cuello, le dice en voz baja, susurrando: "te extrañé hoy"; Julia no lo rechaza y tampoco se inmuta, lo deja seguir, siente en sus senos las caricias del hombre que trata de excitarla, él se quita los lentes con la misma mano que jala la cadenita de la lámpara dejando el cuarto a oscuras, sólo se escucha sus jadeos y palabras dulces, busca calor en su entrepierna, la toma despacio, por fin logra deshacerse de la ropa, que para el acto sobra ,y una vez sobre ella la penetra de manera rítmica, sin causar el mínimo dolor, sintiendo ese calor interno que aprieta un poco.

Julia cierra los ojos y deja que sus pensamientos se desvanezcan, no dice nada, no actúa, solo permanece en la misma posición durante los veinte minutos que durará el hecho.
- Soy sólo un hueco más donde te masturbas.

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