Y mandaron a quemar todos los libros, las cartas, los restos de una verdad inconcebible, y qué si Jesucristo se hizo hombre no para salvar al hombre el pecado original, sino por pura envidia, por celos, por curiosidad, para poder saber lo que es emborracharse con un buen vino, para poder amar con la angustia de un corazón destrozado, para sentir su sangre en ebullición en la lujuria de un sexo decadente y llegar al orgasmo con un grito sofocado y la respiración incontrolable.
Y silenciaron a todas las mujeres que aún después de su crucifixión, contaban con nostalgia que ese Jesús era un semental, un tipo inigualable, un dios en la cama.
Desaparecieron cualquier evidencia de actos que le quitaran su calidad de ser supremo, nos lo pintaron bueno, puro y casto, nadie se atrevería a decir que de vez en cuando él también hacía trampa en el tablero de juegos. Que le costaba madrugar en las mañanas, que los domingos gustaba de echarse en el césped y dejar que la tarde pase mientras el contemplaba con un mínimo grado de perversión a las chicas pasar por la calle.
Y qué si Dios mandó a su único hijo a la tierra, no con el fin de enviar el Mesías, el profeta, el salvador, sino por un capricho, para saber lo que es la vida. Y qué si después de tantos años, tantos siglos viendo la risa de los hombres y mujeres, viéndolos llorar, sentir, caerse, reír, gritar de dolor y de placer, despertaron su morbo y curiosidad y vino a fingir un papel que no le correspondía.
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lunes, octubre 30, 2006
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