Erase un hombre bueno que se casó con una mujer mala.
Ella había sufrido mucho, solo porque le gustaba sufrir, porque érase de aquellas que el dolor les hacía vivir.
Y rogó al cielo un hombre bueno, lo pidió a gritos a sus ángeles, a los santos y a Dios. Lo pidió con lágrimas, acaso eso no la hacía buena, pero quizá si menos mala.
Él era lo que ella pidió, pero a ella, él nunca la soñó. Se encontraron sus caminos, un tropiezo, un segundo, ellos lo quisieron llamar destino.
Inventaron al amor.
Pensaron que un abrazo sería suficiente refugio para nunca más separarse.
Pero ella era una mujer mala, y él un hombre bueno, acaso esas cosas se contagian, ella olvidó sonreír, él perdió la luz en su mirada.
Inventaron la monotonía.
El continuó siendo bueno; acaso la bondad bien inculcada nunca se pierde, ella se lleno de tristeza. Ella siguió sintiéndose mala, érase que la soledad reclamaba su trono.
Inventaron la amargura.
Su refugio los aprisionaba, no había abrazo que salvase los malos ratos.
Que poderosa magia una noche en un tropiezo los unió. No quisieron inventar al desamor, y esa misma tarde, con el frío de la lluvia pegado a las ventanas, llamaron destino a su separación.
26/12/03
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