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lunes, agosto 01, 2005

Te voy a contar un cuento:


"Erase una vez un pequeño caballito... de ojos negros como el carbón, que observaba desde el escaparate como los niños elegían naves espaciales y muñecas de diseño sin reparar en su presencia..."

Pasaba las tardes en su pequeño rincón, viendo ir y venir cientos de sonrisas infantiles, alegres con sus hallazgos. Y los miraba contento, sin desesperación pues sabía que alguna vez serí­a él, el elegido. Es por esto que cada mañana al despertar, cuando aún todo estaba en silencio, sacudí­a su cuerpo y su pequeña cola blanca, luego saltaba inquieto y paseaba al trote por los corredores.

Era en verdad un "Babballo", había nacido en una coliflor, y estaba relleno de nubes. A veces los niños se quedaban mirándolo por ratos breves, sus ojitos negros resplandecían de un brillo singular.

Él también los observaba, analizando sus gestos y movimientos, con el tiempo se volvió un experto en determinar la personalidad de cada infante que por la jugueterí­a pasaba. Nunca se dejó llevar, aún estaba a la espera de ese pequeñ±o que fuese capaz de reconocer su carácter especial.

Junto a él, viví­an otros semejantes, y estaban rodeados de perros, gatos y principalmente osos, los habí­a de todos los tamaños y formas. Habí­a trabado amistad con algunos de ellos y les deseó lo mejor cuando los vio marcharse.


Aquel martes fue distinto, se levantó temprano, hizo su rutina y dedicó el resto del dí­a a la dificil tarea de matar el aburrimiento.

No hubo entrega de juguetes, ni hubo transito de niños, el almacén estuvo callado y solitario hasta entrada la noche.

De pronto la vió, se quedó quietito porque sabí­a que ella también lo habí­a visto, la posición era incomoda, pero era así­ como lo habí­a pillado la pequeña niña que trémulamente se acercaba.


Sin distraerse en muñecas ni otro tipo de juguetes, fue hacia él, lo tomó en sus manos y lo sintió liviano.


- Me llamo Laura- dijo presentándose a si misma con entera naturalidad.
El pequeño caballito supo que era ella a quien estuvo esperando, hubiese querido moverse y con señas tratar de presentarse, pero no podí­a arriesgarse aún, así­ que aprovechó el momento para acurrucarse en los suaves brazos que lo sostení­an, se imaginó una nueva casa, un hogar y por primera vez se sintió como perro en tienda de mascotas, locamente desesperado por ser llevado a casa por esta pequeña doncella de ojos verdes que lo abrigaba mientras caminada por los pasillos.

Después de una larga vuelta regresaron al lugar de origen, la niña alzó en sus brazos al pequeño corcel y solemnemente le dijo:
- Te llamarás Chochó y serás mi caballito!, pero no te puedo llevar conmigo, no tengo el dinero que necesito.

El pobre sintió todo derrumbarse, por primera vez ansiaba ser llevado, habí­a encontrado lo que esperaba y no podí­a aceptar ser alejado nuevamente del lugar en el que querí­a estar.
Laura lo dejó en su estante y se despidió frotando su nariz con la de Chochó.

Al dí­a siguiente el pequeño apenas estiró su cuerpo, sacudió las orejas y se volvió a tumbar patas arriba en su mismo sitio. Así­ pasó todo el dí­a y la tarde, echado en una esquina junto a otros animalillos.

De repente sitió unas manos que se abrían paso entre los cuerpos rellenos de plumón, y fue elevado en el aire hasta llegar nuevamente al dorso de Laura que lo acariciaba alegre.

Desde ese dí­a, ella no faltó a su cita con Chochó, entrada ya la noche, él la esperaba en primera fila, y la veí­a llegar siempre a la misma hora con una sondrisa en los labios.

Laura le contaba las aventuras del dí­a, le decía como eran las cosas en su casa y le explicaba que lo que más quería era llevárselo para Navidad, pero que aún no era seguro, aunque ahorraría todo lo que pudiera para que así­ fuera.


Chochó se sentí­a contento en compañí­a de la chiquilla, dejaba que le rasque la panza y escuchaba atento cada sueño de esa pequeña niña que a pesar de tener tan poco era capaz de darle todo de si.

Sintió por segunda vez la angustia y el temor de ser separado lo que para él era lo más importante en el mundo, sabí­a que Navidad era una época de locos y que corrí­a el riesgo de ser llevado a un hogar que no querí­a ir.

Pasó la noche en vela planeando algo que pudiera ser la solución y decidió escapar. Comentó la idea entre los más cercanos, algunos le creyeron loco y otros se ofrecieron a ayudarle.

En la mañana ya lo tení­an todo organizado, apenas abrieran la puerta Chochó podría salir ante el descuido del guardia en la entrada.

En el momento adecuado algunos osos armaron estruendo al fondo del almacén, arrojaron al piso algunas cajas y los empleados se apresuraron a ver que era lo que pasaba.

Chochó salió galopando a toda velocidad con la fuerza que le daba pensar en Laura; ya en la calle tuvo miedo al verse tan pequeño y solo en la ciudad, cientos de personas caminaban con prisa sin parar a verlo.

Cruzó con mucho cuidado la calle y se quedó escondido tras un árbol esperando que caiga la noche y que Laura llegara a verlo. Tuvo que lidiar con dos perros, y un gato que quisieron tomarlo como almuerzo, luego se quedó dormido trepado en las ramas del árbol que lo cobijaba.

Momentos después despertó al escuchar un ruido a pocos metros, abrió los ojos y reconoció la silueta de Laura, quien habí­a entrado en la jugueterí­a y al no encontrarlo, rompió³ en llanto.

El pequeño caballito dio un brinco hacia la calle, cruzó esta vez sin miedo y fue trotando al encuentro de esa niña de ojos verdes, dispuesto a enjugar sus lágrimas y nunca más separarse.

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